Y ella dijo...

"La ilusión mueve el mundo"

miércoles, 28 de enero de 2009

El taxista de la Malegría



Conocía un taxista-poeta. Este individuo había confundido su profesión y en lugar de la pluma, blandía la palanca de cambios desde hacía 27 años. Ya deben llevar unos 30. Y es que perdí contacto con esta amistad casual fruto de la vecindad, más estable que muchas otras amistades longevas. Un día este hombre me dijo: "Ayer se me rompieron las entrañas. Definitivamente ayer me hicieron aguadillas en la Malegría que este mundo supura por todos sus orificios."

Me contaba: eran cerca de las 8, en su turno de tarde, así que aún le quedaban 4 horas de trabajo. Sin embargo tuvo que aparcar el taxi en la central y pedir una excedencia por ese día. Alegó demencia senil de sus extremidades, depresión y enajenación mental, por si las moscas.

Decía que aquel día el cielo vomitó agua hasta bien entrada la noche. Él volvía de dejar a un cliente en el hospital clínico, cerca del aeropuerto, cuando de pronto vió entre idas y venidas del limpiaparabrisas lo que le pareció una figura de fémina vestida de novia. El tráfico era lento y pudo verlo sin problemas unos metros más adelante. Realmente era una mujer vestida de blanco, un blanco que discurría infinito acompañando a los regueros de agua sucia que bajaban por el arcén de la carretera. Por lo que pudo ver, caminaba en intervalos de dos o tres pasos lentos, parándose a cada uno y mirando hacia el asfalto, confusa. Al pasarla de largo, los intermitentes del coche le detuvieron a un lado de la vía. La esperó. Ella no debió verle de primeras. Bajó del coche y recordó en ese momento aquel fragmento del buen samaritano de no-sé-qué-libro-mitológico, pero la lluvia no le dejó recrearse en la comparación. Corrió incómodamente hacia ella y se interpuso frente a frente. No dijo palabra. Ella le miró con unos ojos hundidos en una poza de rímel. Le respondió con ojos de respetuosa duda. "Quién sabe... podía tener sus razones."

"Lo único que está cerca de aquí es el aeropuerto y yo tengo un taxi. No te cobro ni te hago preguntas, pero por favor, sube al coche"
"Allí mismo quería ir", dijo la autómata.

Casi ni la miró a través del retrovisor. Sólo quería llegar al aeropuerto y dejarla. Ya había hecho más de lo que se le suponía. No era un tipo amigo de sus clientes, según solía asegurarme. Le encantaba fijarse en ellos y sin eso no podría aguantar ese curro.

La dejó en la puerta; ella dejó litro y medio de agua en el asiento de atrás. Al salir, cerró la puerta y esta atrapó los últimos coletazos del vestido, obligando al taxista a bajar del coche aún más desubicado y permitirle que partiera a ningún sitio. Se quedó mirando como entraba en el hall del aeropuerto. Vió cómo se quedaba inmóvil y como de repente elegía un lado de la estancia al azar para recorrerlo y alejarse de su campo visual. El hombre se metió resignado en el taxi y aparcó. Me dijo que en ese momento la curiosidad más egoísta cultivó morbo y, rompiendo sus costumbres, entró tras ella.

La reconoció fácilmente en la distancia: un despojo blanco violado y ultrajado por el barro reposaba en un banco frente a una puerta de desembarco. A su lado, uno de los paneles de llegadas de vuelos martilleaban con cada cambio de información.






"Espero que el avión que esperaba no se retrasara demasiado."

Yo aún espero que la Malegría me abandone a mi también de una maldita vez. Mientras tanto, espero no casarme nunca.

2 comentarios:

Flaura Ponte dijo...

me gusta mucho la imagen de una novia entre la lluvia y la curiosidad de la tristeza que debe llevar consigo, es como cuando ves a alguien llorando por la calle o en un bar
todos nos hemos aguantado las lágrimas para que no nos miraran...

saLta dijo...

yo creo que al personaje de mi historia aun no le a abandonado la malegria...mientras tanto,solo queda esperar.


proxima estacion...esperanza.