Y ella dijo...

"La ilusión mueve el mundo"

jueves, 24 de diciembre de 2009

El polizón



¿Y cómo lo explico? Son consecuencias de guerras pasadas. Consecuencias inocuas, absolutamente inofensivas; y guerras pasadas, felizmente vencidas. Creo que ese es su resumen.

Hace ya mucho tiempo, en una época en la que "yo" era una versión patética e inmadura de un "yo mismo" por descubrir, decidí librar una batalla contra fantasmas. Unos fantasmas que de aquella me definían y regían mi vida. Tomé esa decisión porque tenía una motivación mayor por la cual luchar: Ella.
No estaba solo y confiaba en que juntos podríamos arrasar esos campos viciados de ignominia...


...y así fue. Meses de encarnizado duelo contra mi mismo en donde Yo me superaba en número. Prevalecí y vencimos.


Pero toda guerra conlleva daños y consecuencias a los que hoy me vuelvo a enfrentar. Pesadillas noctámbulas llamaban mi atención y, gracias a que sigo acompañado -¡y por mucho tiempo!-, por fin hemos reparado en ellas.


Diagnóstico: brote psicótico.


Paranoico, un polizón en mi cerebro salpica de pena y miedo aquellos campos que antaño arrasamos y que hoy florecen intensamente. Una voz en mi cabeza que me quiere hacer daño. Una enfermedad inofensiva... siempre y cuando se ataje a tiempo.



En ello estamos y lo conseguiremos.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Adicción a las jaulas


¡Qué bonito era cuando tenías todo el tablero de juego por descubrir! De repente te dejan sentado en un hábitat desconocido, el culo bien posado, las piernas desparramadas tal y como cayeron, los brazos muertos apoyados en unas sufrientes muñecas sin ánimo de cambiar de postura. Eres cómo una marioneta de hilos flácidos.



Te sentías que pertenecías a algún lugar...



Pasan los años y descubres todo aquello que te habían prometido... y más. Ves que puedes moverte cómodamente por el tablero, que cada avance es mayor que el anterior y que esto va a durar para siempre.

Pero de pronto, el moho. Marionetas mohosas que sobran hasta en su casa. Y a pesar de la evidencia, no se enteran. Poco a poco, el tablero infinito se convierte en jaula. Compruebas que los ciclos se repiten, lo quieras o no... Y que las marionetas esperpénticas siempre vuelven a aparecer para dar sus portazos y para hacerse oír con sus lágrimas de cocodrilo.



Y entonces ya no sientes ese lugar como tuyo... ¿qué nos queda entonces?

Te gusta enjaularte. Te gusta sentirte oprimido y hacer que todo a tu alrededor te ahogue. Porque esa es nuestra tendencia natural.



¿Realmente necesitamos sentirnos apegados a algún tablero hasta que se convierte en jaula?



Pero no te hundes porque ahora eres una marioneta hecha y derecha, que a cada ciclo vas archivando todos los tipos de moho que te has tenido que comer.





Así que... ¡más moho, por favor! ¡Y más jaulas...



...que ya no estoy sólo.

miércoles, 28 de enero de 2009

El taxista de la Malegría



Conocía un taxista-poeta. Este individuo había confundido su profesión y en lugar de la pluma, blandía la palanca de cambios desde hacía 27 años. Ya deben llevar unos 30. Y es que perdí contacto con esta amistad casual fruto de la vecindad, más estable que muchas otras amistades longevas. Un día este hombre me dijo: "Ayer se me rompieron las entrañas. Definitivamente ayer me hicieron aguadillas en la Malegría que este mundo supura por todos sus orificios."

Me contaba: eran cerca de las 8, en su turno de tarde, así que aún le quedaban 4 horas de trabajo. Sin embargo tuvo que aparcar el taxi en la central y pedir una excedencia por ese día. Alegó demencia senil de sus extremidades, depresión y enajenación mental, por si las moscas.

Decía que aquel día el cielo vomitó agua hasta bien entrada la noche. Él volvía de dejar a un cliente en el hospital clínico, cerca del aeropuerto, cuando de pronto vió entre idas y venidas del limpiaparabrisas lo que le pareció una figura de fémina vestida de novia. El tráfico era lento y pudo verlo sin problemas unos metros más adelante. Realmente era una mujer vestida de blanco, un blanco que discurría infinito acompañando a los regueros de agua sucia que bajaban por el arcén de la carretera. Por lo que pudo ver, caminaba en intervalos de dos o tres pasos lentos, parándose a cada uno y mirando hacia el asfalto, confusa. Al pasarla de largo, los intermitentes del coche le detuvieron a un lado de la vía. La esperó. Ella no debió verle de primeras. Bajó del coche y recordó en ese momento aquel fragmento del buen samaritano de no-sé-qué-libro-mitológico, pero la lluvia no le dejó recrearse en la comparación. Corrió incómodamente hacia ella y se interpuso frente a frente. No dijo palabra. Ella le miró con unos ojos hundidos en una poza de rímel. Le respondió con ojos de respetuosa duda. "Quién sabe... podía tener sus razones."

"Lo único que está cerca de aquí es el aeropuerto y yo tengo un taxi. No te cobro ni te hago preguntas, pero por favor, sube al coche"
"Allí mismo quería ir", dijo la autómata.

Casi ni la miró a través del retrovisor. Sólo quería llegar al aeropuerto y dejarla. Ya había hecho más de lo que se le suponía. No era un tipo amigo de sus clientes, según solía asegurarme. Le encantaba fijarse en ellos y sin eso no podría aguantar ese curro.

La dejó en la puerta; ella dejó litro y medio de agua en el asiento de atrás. Al salir, cerró la puerta y esta atrapó los últimos coletazos del vestido, obligando al taxista a bajar del coche aún más desubicado y permitirle que partiera a ningún sitio. Se quedó mirando como entraba en el hall del aeropuerto. Vió cómo se quedaba inmóvil y como de repente elegía un lado de la estancia al azar para recorrerlo y alejarse de su campo visual. El hombre se metió resignado en el taxi y aparcó. Me dijo que en ese momento la curiosidad más egoísta cultivó morbo y, rompiendo sus costumbres, entró tras ella.

La reconoció fácilmente en la distancia: un despojo blanco violado y ultrajado por el barro reposaba en un banco frente a una puerta de desembarco. A su lado, uno de los paneles de llegadas de vuelos martilleaban con cada cambio de información.






"Espero que el avión que esperaba no se retrasara demasiado."

Yo aún espero que la Malegría me abandone a mi también de una maldita vez. Mientras tanto, espero no casarme nunca.