Y ella dijo...

"La ilusión mueve el mundo"

miércoles, 13 de febrero de 2008

A pocos pies de altura

Estamos de acuerdo en que el avión es un medio de transporte extraordinario, en todo el sentido de la palabra. Pero no entiendo por qué esta cultura hogareña y colectiva, que siente la necesidad de vomitar el sentimiento patrio allá donde va, aún no es capaz de asimilar los viajes en avión con naturalidad, alejándose de ese matiz homérico e insólito con el que tiene que rociar todo lo que resulte diferente de su hábitat. Es una maniobra de defensa. Por el sur les sonará más todo esto.

Me centro: al avión estaba lamiendo ya la pista. Todas las luces que podíamos ver por la ventanilla eran las del ala. No llovía ni tronaba, lo siento. Pero pegaba un viento de esos que te hacen pensar en el precio de los pañales y plantearte su uso para el próximo vuelo. Era el aeropuerto de Vigo: un acantilado cortado al medio sin ningún tipo de protección orográfica. El traqueteo te arranca alguna sonrisita de falsa seguridad. Seguridad y confianza en los genitales de uno mismo, porque en lo que es el cinturón de seguridad es preferible ni pensarlo… lo ajustas sistemáticamente (en vano) como si fuera un registro acumulativo, del mismo modo que con el sistema de seguridad de las atracciones de pueblo.

El caso es que el avión no tocó asfalto y hubo que ascender de nuevo. En ese momento ya podías tragarte el aliento de todos y cada uno de los pasajeros. Los murmullos histéricos no ayudaban. Tampoco lo hacía la pareja de hombretones ¿rusos? que compartían fila conmigo. El de mi izquierda llevaba sudando desde el despegue; su compañero, llevado por la vergüenza ajena, le tranquilizaba con risitas que a mi no me tranquilizaban una mierda. Aquí es dónde notas cuánto daño han hecho las películas de sobremesa de Telecinco, herederas de la tradición de la Guerra Fría. ¿A dónde se dirigían estos dos rusos? ¿Qué se proponían? ¿Dónde estaba el maletín? ¿Y las esposas? ¿Realmente sudan tanto los rusos? En este segundo intento de aterrizaje, el charquito de sudor ya llegaba a la clase business.

El murmullo general desapareció al unísono cuando volvimos a notar como descendíamos de nuevo. Tú intentas construir serenidad con tus ojos, tu boca, tus manos, como si de ello dependiera la estabilidad en la franja de Gaza (o en la frontera chechena, como en el caso de nuestro deshidratado amigo). Pero cuando el avión aborta otra vez el aterrizaje y vuelve a subir por segunda vez, ya no puedes reprimir echar una ojeada al tren de cola. Eso sí, con tu sonrisita anestésica. Los murmullos son por fin decibelios de nervios y ya te sientes parte del circo. La masa ha empezado a actuar. Todos hablan con todos pero, al mismo tiempo, permanecen encerrados en sí mismos. Están pensando en pedir la hoja de reclamaciones al comandante mientras los auxiliares de descojonan en sus compartimentos. Yo decido unirme a la fiesta de camisetas mojadas del apestoso afluyente soviético que tengo a mi lado. El avión vuelve a bajar, nadie calla, algunos ríen, mis axilas hablan un ruso de nivel medio-alto. Mi sonrisa, como el óleo reciente, se emborrona con el sudor de mi cara.


Por fin oímos el chirrido de los neumáticos y, sin que de tiempo a asimilarlo, rompen los aplausos. Es ahí cuando la masa de individuos desenfrenados y unidos por la colectividad entra realmente en escena. Todos los pasajeros que en la puerta de embarque rechazaba la invasión de su preciado espacio vital ahora aplauden hasta dislocarse las muñecas, como una excursión de imberbes adolescentes.

Se ha consumado la naturaleza del hombre, que necesita sentirse parte de un colectivo. Da igual cuál sean las muestras de salvaje esperpéntico, da igual el contexto. El caso es convertirse en masa primaria e irracional al menos una vez al año y bañarse en el ridículo más absurdo. Y para ello no es necesario estar a miles de pies de altura. El ser humano es ridículo y salvaje por naturaleza y sólo dispone de la educación para coartarlo, la cual no es suficiente. Sé masa y déjate llevar. Sé masa y pierde tu individualidad (y dignidad).










Yo también aplaudí.